martes, 24 de julio de 2007

Las mejores vistas de un oftalmólogo


Hace calor, mucho calor, y no puedo dejar de mirar con cierta envidia la gente que va a la playa dia sí dia también mientras yo me los paso encerrados en la redacción del periodico para el que trabajo. Una actividad que, mal que me guste, se come la mayor parte del tiempo libre que en veranos anteriores tenía para dedicarmelo a mí. Pero así es la vida del periodista.

De todos modos, no siempre es tan malo. Es más, de haber hecho lo que siempre hacía en veranos anteriores, no habría tenido el placer de conocer al insigne y campechano doctor Joaquín Barraquer Moner, director de la clínica oftalmológica que lleva el nombre de su familia y uno de los mejores del mundo en su especialidad.

Estaba yo el domigno en mi casa cuando sorpresa y vergüenza (esto último por el tono friki que ha de escuchar cualquiera cuando me llama), me llama una de mis jefas de sección diciendome que mañana a primera hora tengo que estar en la redacción para ir con Pedro Prieto a Formentor para entrevistar a Joaquín Barraquer, que estaba esos días por la Isla. Desde las 23:00 hasta las 2:45 estuve buscando información acerca del sujeto. Y de ahí, al sobre.

A la mañana siguiente, un calor de justicia, como es habitual por aquí. Y unas dos horitas de viaje hasta Formentor- antes debiamos pasar por la casa de un famosete a ver si estaba disponible; no lo estaba. Llegamos a la playa y menudas vistas las del buen oftalmólogo. Bellezas en bañador, aguas cristalinas y azules, calma... Ya lo definió bien en la entrevista que le hice: la isla de la calma. Ay, si estuviese en el sur, quizás cambiaría su percepción. Pero sí que la playa estaba riquísima ese dia. En veinte minutitos me estuvo ilustrando a mi y a Pedro Prieto acerca de curiosidades y hazañas suyas en oftalmología. Había momentos en que parecía más un filántropo que un cirujano.
Es agradable ver una persona que a sus ochenta años disfruta con lo que hace y quiere seguir con ello hasta que, como él dijo, le jubile Dios.

No lo pasé mal haciendo la entrevista a pie de playa. La entrevista y el ambiente que generó fueron beneficiosos tanto para el entrevistador como para el entrevistado. Incluso hubo cierta química, cosa que siempre es agradable y hace que el producto final sea de mayor calidad.

Definitivamente, me gusta hacer entrevistas en playa. Ves, aprendes y disfrutas de más cosas que si simplemente vas a ella. Aunque lo reconzco, echo de menos mis mejores vistas en el lugar típico del verano.

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